Tras la muerte del papa Francisco, se activa un proceso solemne y normado para elegir a su sucesor, dirigido por el Colegio de Cardenales. Solo aquellos que no han cumplido los 80 años al momento de iniciarse la Sede Vacante pueden votar en el cónclave. Aunque no existe una edad mínima formal para ser cardenal elector, en la práctica todos los designados tienen al menos 50 años. Actualmente, se espera que participen entre 110 y 120 cardenales electores, una cifra que varía según fallecimientos o inhabilitaciones.
El cónclave se lleva a cabo en la Capilla Sixtina, en el Vaticano, bajo estrictas condiciones de aislamiento. Antes de iniciarse formalmente, los cardenales celebran congregaciones generales donde se evalúan los desafíos actuales de la Iglesia y se perfila el perfil deseado para el nuevo papa. Al ingresar al cónclave, quedan incomunicados, sin acceso a medios, tecnología o contacto externo.
La elección es por votación secreta. Cada cardenal escribe el nombre de su candidato en una papeleta que se deposita en una urna. Para ser elegido, el candidato debe obtener una mayoría de dos tercios de los votos. Se realizan hasta cuatro votaciones diarias hasta alcanzar esa mayoría. Si tras varias rondas no hay consenso, se pueden hacer pausas para reflexión y oración, pero no se modifica el umbral requerido.
Al concluir cada votación, las papeletas se queman en una estufa especial. Si no hay decisión, se añade una sustancia para producir humo negro, indicando que no se ha elegido papa. Cuando el resultado es afirmativo, el humo es blanco y las campanas de San Pedro suenan para anunciar que hay nuevo pontífice.
El elegido es consultado para confirmar si acepta el cargo. De ser así, escoge su nombre papal y se convierte en el obispo de Roma y líder de la Iglesia católica. Luego es presentado al mundo desde el balcón de la Basílica de San Pedro con el tradicional anuncio Habemus Papam.