Por: Juan Carlos Roa De Ávila
Casi que al mismo ritmo que crece Barranquilla en materia de infraestructura, también están creciendo los problemas sociales y de inseguridad, respecto a los cuales el Distrito, en cabeza del alcalde Jaime Pumarejo y la Policía, al mando del General Diego Hernán Rosero, no tienen otra opción que prestarle mucha atención.
No se ha acabado agosto y ya las cifras en la ciudad en materia de inseguridad son preocupantes: a falta de 7 días, son 37 los homicidios en Barranquilla y su área metropolitana, de los cuales 20 se han registrado en Barranquilla, 12 más en Soledad, 4 en Malambo y otro más en Puerto Colombia.
Entre anuncios y más pie de fuerza para combatir la delincuencia, los hurtos, las extorsiones y los homicidios siguen estando a la orden del día, situación esta que se agrava los fines de semana, donde a la problemática social la acompañan riñas, muchas de ellas entre jóvenes llevados por el alcohol y la euforia en billares y estaderos.
Para la reproducción de la delincuencia en todas sus manifestaciones, los criminales siguen actuando de la misma manera: frecuentan las zonas deprimidas, lugares donde arman especialmente a los jóvenes, fomentando el miedo y ocasionando muertes selectivas.
Para la muestra, hay que decir que tan solo en el mes anterior, en Barranquilla y su área metropolitana se registraron 50 homicidios: 23 en Barranquilla, 20 en Soledad, 6 en Malambo y un caso en Galapa.
Los números se traducen en el recrudecimiento de los enfrentamientos entre pandillas, que ahora ven en la lluvia el escenario propicio para paralizar el tráfico y hacer del hurto la escena constante mientras la ciudad es inundada por los arroyos y sus estragos.
Lo más llamativo del asunto es que la problemática persiste a pesar de que se está realizado una intervención real. Hasta esos puntos no se puede desconocer que ha llegado la Alcaldía con sus programas sociales, algunos deportivos, otros culturales, sin que hasta el momento se vea una mejoría en los índices de violencia.
Pero muy alejado de ello, en Barranquilla pareciera que en algunas zonas el delito se legitimó como un trabajo y la única manera de sobrevivir. Los grupos criminales actúan motivados casi siempre por el microtráfico y el afán de mantener poder en algunas zonas del suroccidente, desde donde parte la base de grupos delincuenciales como ‘Los Costeños’ y el ‘Clan del Golfo’.
La lógica de los integrantes de estas agrupaciones delincuenciales es una realidad en los sectores marginados: un gran número de jóvenes están ingresando a las actividades delincuenciales antes que la universidad, al no ver rentable que luego de estudiar por cinco años una carrera universitaria se vean en riesgo de no conseguir un empleo digno.
Si la delincuencia crece, pues hay que combatirla. Ya es hora que los altos mandos de la Policía replanteen el modo cómo opera la fuerza pública. Si después de tantos años de la existencia de los CAI, de vigilancia en motocicletas, de cámaras de seguridad y la implementación de los famosos cuadrantes no hubo una disminución considerable de los hechos delictivos, es necesaria la implementación de otros modelos que, sin dejar de lados las anteriores, también incluya a la sociedad como ente activo partícipe de la disminución de la delincuencia.
Barranquilla no puede seguir siendo escenario para los bandidos, que llegan a la ciudad y con panfletos intimidan a toda la ciudadanía. La lógica es la siguiente: si el ciudadano no trabaja, sale a delinquir; y si emprende un pequeño negocio, la primera visita es una extorsión disfrazada siempre en una “vigilancia comunitaria privada”. En fin, un círculo vicioso que día a día se convierte en un fortín y el modelo de negocio perfecto para muchos grupos delincuenciales que vienen del interior.
Por eso se requiere emprender programas de carácter social que apunten a la prevención del delito, sobre todo en la población más vulnerable y del suroccidente, donde la intolerancia campea en todos sus niveles.
He aquí otro dolor de cabeza: La denominada guerra entre pandillas, que ha obligado a las autoridades a cercar algunos barrios donde se libran estas disputas, pasando por líneas imaginarias y la lucha por el microtráfico.
En este punto, el tema no se resuelve con aumento del pie de fuerza ni con la construcción de más CAI. La verdadera solución debe estudiarse desde las oportunidades de desarrollo a esas comunidades, que sean muy distintas a empuñar un arma y pelearse el control de la venta de drogas.
Tristemente el ciudadano barranquillero observa hoy cómo ha desaparecido aquella percepción de seguridad que caracterizó a la ciudad. Homicidios, atracos, accidentes, extorsiones, feminicidios, siguen siendo sucesos de primera plana en los medios, ante lo cual ya ni asombro causa.
Si bien se requiere de una mayor presencia y reacción de la Policía, también se necesita de políticas públicas de los gobernantes para apoyar la misión de los organismos de seguridad, así como una justicia más implacable y ejemplarizante, pues no hay derecho a que a un delincuente sea sorprendido en flagrancia y solo tengan que pasar 48 horas para que recobre su libertad. El trabajo es mancomunado y en él también hay que reconocer que muchas veces la Policía como organismo de seguridad responde y quien falla es la justicia, al no llevar al desadaptado hasta la cárcel como última instancia.
Si hablamos de un trabajo articulado, es claro que las autoridades del Distrito no se han detenido a analizar que una de las causas del incremento de este factor es el crecimiento de la natalidad, acompañado de la grave crisis del Covid-19, circunstancia misma que ha disparado las dificultades económicas de muchos hogares.
En esos sectores el hambre es factor de cada día y la falta de oportunidades tiende a transformarlos en violentos, terminando siempre por recurrir a las actividades ilícitas como el atraco a mano armada y el microtráfico, escenario del diario vivir de nuestra ciudad.
Para hacer de Barranquilla una ciudad más tranquila y vivible, la sociedad debe estar más alerta y participativa en colaborar con las autoridades, utilizando la denuncia como elemento preponderante para llevar a la cárcel a los responsables. La gran verdad es que podemos y estamos a tiempo de recobrar la tranquilidad.