Por Leo Castillo
«Juancho polo» ha venido a ser, con los días, remoquete despectivo atizado general-mente a cualquiera que queramos notar de insignificante, incluso despreciable. En alguna ocasión, el juglar fue arrojado violentamente contra el pavimento desde el interior de un restaurante en Paseo de Bolívar. Desautorizar esta actitud paleta, de desconocimiento ante una admirable obra del folclor de América, y vindicar la figura más entrañable e indefensa de nuestra música popular es la intención de estas líneas.
Juglar de rara pureza, Juancho Polo Valencia ni era Valencia ni, obvio, tampoco Juancho. Su nombre de pila era Juan Manuel Polo Cervantes y el Valencia se lo pusieron debido a que componía versos que aludían al poeta candidato a la presidencia de Colombia. Había nacido bajo el signo de Sagitario el 18 de diciembre de 1918 en Candelaria, nombre oficial —aunque más bien «apodo»— de un corregimiento del municipio de Cerro de San Antonio, en el Magdalena, conocido mejor antes y luego de su bautizo oficial (1907), hasta hoy, como Caimán, a orillas del río más importante de este país. Si bien cursó estudios primarios de entonces, equivalentes al me-nos a una buena secundaria actual, usaba una bonita caligrafía y era juicioso lector de la Biblia: «se metía en el cuarto a leer la Biblia como si no hubiera nada más que hacer en el mundo (…); una composición suya se llama Jesucristo con San Juan» [1]. La canción de Pastor López en home-naje suyo dice, feliz, que «no tuvo grado de escuela, pero al cantar es la ciencia».
El pájaro carpintero. Lucero espiritual. El duende
Se pregunta el juglar: «¿Cuál es ese pajarillo que me canta en la montaña / cuál es ese pajarillo que canta al amanecer?» y, contrario al enigma que no resuelve en Lucero espiritual, aquí precisa que se trata de un «pájaro tristecito» que «tiene algún misterio», un «pajarillo» que habla y que canta y que «como que quedrá [2] morirse / cuando su sombra lo espanta». ¿Quién es, entonces, el que «dice», «canta» y huye de su sombra? Al igual que este pajarillo, el juglar vive cantando en la montaña, según insiste en sus composiciones: «¿Pa’ dónde habrá cogío Valencia, preguntan en la montaña / se ha perdido de su tierra, mis amigos preguntaban» (Todo se acaba). «La luna de oro dice que no me vaya / la luna de oro de la montaña» (Tierra americana). Son, pájaro y compositor, uno solo y así claman de consuno en el verso: «déjenlo que cante, déjenlo que alegre, déjenlo que turbe el silencio en la montaña». En cuanto al enigmático Lucero que es «más alto que el hombre», que «yo no sé adónde te escondes», el mismo juglar (¡pero no en su arcana composición!: así va, pues, contra el pudor revelarlo) entrevistado dijo que era el Dios que él «entendía en la Biblia». Luego tenemos: «Yo cargo un duende, que me persigue / (…) Yo cargo un duende, duende malino [3], ese no duerme, ni me da el camino./ Yo cargo un duende, duende maleante / ese no duerme, quiere que le cante». Que los dioses tejen desventuras para que los hombres tengan que cantar, dice Homero en La Odisea.
La pura belleza lírica de El pájaro carpintero y otras composiciones suyas hermana con la inocencia alada del Cancionero y Romancero es-pañoles, infunde el mismo respeto por el misterio de la composición poética elemental, no elucubrada desde el cultivado intelecto el sentido que un hombre sin muchas luces puede trasuntar en lo sensible estético. Como Job, Juancho Polo en una canción, el treno más célebre de la música vallenata —interpretada por Alejo Durán cuando, en el primer Festival, se coronó Rey Vallenato en 1968—, y que prefería no interpretar en parranda porque «se iba en llanto», litiga con el Dios que le arrebata prematuramente a su compañera, muer-ta del primer parto: «Como aquí en la Tierra Dios no tiene amigo / como Dios no tiene amigo anda en el aire / tanto le ruego y le pido ¡ay hombe!, y siempre me manda mis males / (…) y vea que me mandó un castigo ¡ay hombe!, y se llevó a mi compañera / (…) solamente aquí a Valencia ¡ay hombe!, los guayabos le dejó». Aunque la sabe muerta, con pena, inconsolable, la busca en otras: «Porque allá en las Flores de María, adonde to’ el mundo me quiere / yo reparo a las mujere’, ¡ay hombe!, yo no veo a Alicia, la mía». Conmueve, humilde, hallar cuánto valúa este arte: «Yo soy el Juanchito Polo que me merezco / ese renombre bien grande de acordeonista».
A Juancho Polo, el académico lo quiere metafísico; nosotros, el más filósofo de nuestros juglares.
«Valencia», como a la postre él mismo se nombraba en sus canciones, solía, según hemos visto, incitar las palabras a acepciones no tan evidentes hasta hacerles expresar lo que él quería y lo que intuimos —pero que no es siempre el sentido inmediato—; Juancho Polo, decimos, no se arredraba ante su significado limitado o literal, lo que propicia el empleo novedoso y experimental del lenguaje de su composición, haciéndola ambigua, polisémica. Dice enamorar a una mujer con «democracia»: «Con tanta democracia que yo te enamoraba / oye mi vida y no te podía conseguir» [4] (La democracia). O como en esta declinación: «yo no sé adónde te escondes/ en este mundo ‘historial’». Mediante este procedimiento, consciente de que no, adelanta el lenguaje, las palabras logran una nueva connotación.
Barranquilla. Las putas. El trago
Fuera de su versificación era «decente y callado», cohibido ante los periodistas, y debemos al celo y la paciencia de Isaac Villanueva y a su representante Víctor Moreno, quien tenía que redimirlo mortíferamente borracho y sucio de los sardineles de El Boliche (un sector tradicional del Centro de Barranquilla en el que, junto a vendedores de abarrotes, mecánicos y latone-ros en mono de overol capaces de revivir la más destartalada de las chatarras, circulaban putas de falda minúscula promocionando sus virtudes), las canciones originales que grabó. Era, todavía más que mujeriego, putero, de modo que nunca se sabía si la compañera de turno era novia o una prostituta (o ambas cosas); así rodaba por la Tierra el mismo que se elevaba al empíreo de la lírica folclórica cantando «déjenlo que turbe el silencio en la montaña». En este terreno, y sólo en este, daba la guerra; en la vida era como el poeta del doloroso Albatros de Baudelaire, víctima indefensa, objeto de escarnio: «Mi acordeón es un veneno / Juancho Polo es una fiera / juéguenme el gallo que quieran / yo a nadie le tengo mie-do» (La fiera). «De Majagual para arriba / no se consigue un hombre bueno» (Majagual). «Con mucho disimulo / me querían formar la guerra / como tenía un orgullo, ¡oye mi vida! / abandoné a mi tierra» (Disimulo). «El gallo que más cantare / que no me cante con tanta bulla / que recuerde que en la calle / ‘ta un gallo de punta aguda» (El gallo de punta aguda). «Si ahora me cantara un gallo / de los reyes de acordeón / pa’ que vean cómo lo callo / con mi propia inspiración» (Festival con López [Michelsen, compuesta con ocasión del IV Festival de la Leyenda Vallenata]). En los versos siguientes se refiere a una persecución por parte de usurpadores de un terreno de su propie-dad: «Me voy pa’ Valle de Upar / en busca de un abogado / porque tengo un alambrado / que me lo quieren quitar», y también «la lengua sirve p’al cuento[5] / y mata como estrinina» [6] (Los cuatro vientos). Se sabe que usaba perenne su sombrero ladeado a la derecha, como se ve en la portada de sus álbumes, debido a que un hombre, que trataba de robarle el acordeón, le cercenó media oreja de un mordisco cuando el juglar se resistió y lo enfrentó. Adolfo Echeverría, venciendo la tenaz resistencia de Juancho Polo quien decía sentir el peso del ridículo al interpretarla, le hizo grabar El sombrero: «me robaron mi sombrero / y yo sé quién me lo tiene / hombrecitos majaderos como si fueran mujeres».
Grabó a otros compositores como Mi grito vagabundo de [Guillermo] Buitrago, etc.
No faltan, con mucho, mujeres en sus versos: «Tengo amores, tengo amores / amores de contrabando / cantaban muy bien las flores / tan solito como ando. / Tengo amores, tengo amores / tengo amores escondidos / cantaban muy bien las flores / pero nadie lo ha sabido» (Amores de contrabando). «El humo que el aire vuela / en el aire se desvane [7] / como el amor de mi nena / que se perdió por la calle (…) se acabaron los pimpollos / y un botón de rosa fina / porque tengo un pensamiento / que nadie me lo adivina» (El humo que el aire vuela). «Me gusta la Josefina / porque la vi berrochando [8] / si me sigue molestando / le voy a poner la espiga» (Josefina). Y, en fin, en Las ganas me dan sindica a «Marina» de su eventual muer-te por intoxicación alcohólica, «porque tú serás la causa de mi muerte / porque yo visite tanto las cantinas. / Dame un consuelo mi vida, dame un consuelo de amor / para que descansen las cantinas / para que repose el licor». Además «Juancho Polo, ¿y tú de dónde vienes? / ¿Yo? De visitar las mujeres», lo que puede igual estar referido a sus continuas visitas al burdel.
Además de lo dicho de El Boliche, encontramos otras demostraciones de su estrecha relación con Barranquilla: «La mujer barranquillera / es lo más lindo de la vida / hay blanquita y hay morena / pero todas son queridas» (Ivonne, reina popular del barrio Paraíso); y en Recordando a Buitrago: «Muchachas barranquilleras, vamos a sufrí el guayabo / esa muerte puñetera / aquí en Colombia y ve que se llevó a Buitrago / sufren de guayabo y sufren de verdá / hoy se murió Buitrago y no lo vemos má», etc.
Una grave historia
La de mujeres abandonadas por trabajadores de la flamante empresa de explotación y exportación de crudo y carbón (Mobil), conocida como Socony Vacuum, cuya bonanza y amor «se acaban»: «Las muchachas están creídas / que la Socony no se acaba / unas quedaron paridas / otras quedan engañadas / (…) [al pueblo] del dolor que le dolía, solo le han queda’o los cuentos /(…) con el ruido del carruaje / se fueron trece muchachas / ya estaban mandando cartas / que les manden el pasaje» (La Socony). Pero de ellas, igual, delata en La palmarita: «yo les noto una cosita / que aprecian al forastero».
Supremum vale en la hamaca
Fundación, Magdalena, 1978. Era 22 de ju-lio y dentro de cinco meses cumpliría 60 años redonditos. Venía de tocar en la fiesta patronal de Aracataca. Se echó en la hamaca, se encogió, se aquietó. Juancho Polo fue sepultado dos días después. No se recuerda un cortejo fúnebre más multitudinario en Fundación. Sus restos fueron trasladados, luego de varios años, a Santa Rosa de Lima, corregimiento a pocos minutos de allí y donde Juancho Polo Valencia pasó parte de su juventud con su hermana María. Un hermano suyo, Sebastián Polo, recibe a los extraños que pregun-tan por él en el parque de los Músicos, en Barran-quilla, con un generoso abrazo.
Notas
[1] Franco Altamar, Javier: En este mundo historial, Ediciones La Cueva, Barranquilla, 2010. Ernesto MacCausland nos dejó, sobre Juancho Polo, El alma en un acordeón (novela.)
[2] Quedrá: querrá.
[3] Malino: maligno.
[4] Conseguir: conquistar.
[5] Cuento: intriga.
[6] Estrinina: estricnina, veneno.
[7] Desvane: desvanece.
[8] Berrochando: jugar correteando.