En el contexto de este Viernes Santo 2025 y desde el ‘Sermón de las Siete Palabras’, siete obispos colombianos compartieron reflexiones que conectan el dolor de Cristo Redentor con las heridas del país. Desde el pacífico hasta El Catatumbo, vinculan las últimas frases de Cristo en la Cruz con realidades latentes en los territorios que pastorean: la violencia persistente, la inequidad, la corrupción, el papel de la familia y la sed espiritual de una nación en la que urge la reconstrucción.
Además, inspirados en el Jubileo de la Esperanza que vive este año la Iglesia, los prelados proponen caminos concretos de reconciliación, justicia y fraternidad para una Colombia aún con heridas, necesita seguir luchando contra la violencia, la desigualdad y la polarización.
1. «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»: El perdón como camino.
Monseñor Wiston Mosquera, obispo de Quibdó, recuerda que Jesús, «el inocente condenado a muerte», intercede por sus verdugos. Citando al Papa Francisco, pide «recuperar el sentido de la fraternidad nacional» y examinar la conciencia: «Si creemos en Él, ¿cómo le hacemos daño a otros?».
El prelado reconoce la crudeza del momento: “el Chocó, el Catatumbo y el Cauca siguen regados de sangre (..) ¿De qué sirve rezar el Viernes Santo si no cambiamos los hábitos que matan?». Invita a guerrilleros, políticos y ciudadanos a «deponer el odio», recordando que «nadie gana con la violencia; todos perdemos hasta el último pedazo de humanidad»:
Desde aquí, en la meditación de esta primera palabra, hoy yo me permito invitar a quienes siguen creyendo que la violencia y la muerte son el camino: ¡Les digo que no! La violencia y la muerte no son el camino. La esperanza es Cristo, que se entrega por todos y por todas, y nos abre la conciencia para no matarnos, para que dialoguemos, para que vivamos. Porque con la violencia y la muerte nadie gana, todos perdemos. Todos, absolutamente todos y todo lo perdemos con la violencia.
¿De qué sirve que las personas estén allá enfrentadas de tantas maneras? Y cuando pierden la vida ¿A quién le queda todo lo que usted tanto luchó? Seguramente a alguien que jamás lo luchó. Por lo tanto, hoy, Jesús nos está hablando al corazón. Pongamos atención a sus palabras y dejemos ojalá y de verdad, que a todos nos llegue hasta lo más profundo de nuestro ser ese mensaje del Señor. Pero también hago ese llamado desde aquí a quienes están, por supuesto, moviendo los hilos desde la clandestinidad, para que entiendan que todos los pueblos en Colombia queremos vivir en paz. Todos los pueblos, todas las familias, queremos vivir en paz, con libertad o libre movilidad, con salud y ojalá con respeto para todos, y ante todo, ojalá con los servicios también públicos domiciliarios en óptimas condiciones, para
todos, para todas.
Porque Colombia es una. Parecería que tuviéramos unas 15 no sé cuántas Colombia, porque no es sino recorrer el país y recorrer territorios como este, que lo acabo de hacer otra vez, por una gran parte, una gran franja de esta querida diócesis de Quibdó, y se encuentra uno con situaciones lamentables que parece que no fueran de nuestro departamento o, ante todo, no fueran de esta querida nación colombiana».
2. «Hoy estarás conmigo en el Paraíso»: La vida eterna, la esperanza más allá de la materialidad.
Monseñor Rodrigo Gallego Trujillo, obispo de Palmira, contrasta la «cultura del descarte» con la promesa de eternidad: «En un país obsesionado con el poder y el dinero —raíz de nuestra corrupción—, Cristo nos recuerda que la vida plena no cabe en una cuenta bancaria».
El prelado afirma que el egoísmo «nos encierra en nosotros mismos», mientras que la Eucaristía es «la montaña para contemplar a Dios». Invita a vivir como luz, sal y fermento en un mundo fugaz y recuerda que “la Eucaristía es el Paraíso en la tierra; allí Cristo sacia nuestra sed de infinito».
¿De qué manera nosotros podemos hacer presente hoy ese paraíso de Dios? ¿Y cómo responder a esa pregunta de todo ser humano que hay después de la muerte? ¿Existe la eternidad? ¿Hay trascendencia? ¿Qué sentido tiene la vida cuando vivimos a veces en el diario discurrir de la existencia, en medio de tantas dificultades, pruebas, escaseces, carencias, dolores, sufrimientos, tantos signos de muerte y de sangre?
Yo encuentro una respuesta muy clara: Quiero que eso sea un anuncio de esperanza para todos: La Eucaristía. La Eucaristía que constituye, diría un autor espiritual, la montaña por donde se llega a la contemplación de Dios, es inefable amor. La Eucaristía, que recoge lo temporal. El Eterno une el cielo con la tierra en un mar amigo. Y lo celebrábamos ayer en la institución de la Divina Eucaristía, la Cena del Señor. Porque ahí se queda y permanece para
nosotros. La Eucaristía es la concreción cercana para nosotros del Paraíso. Casi que podríamos decir que en cada misa Jesús nos dice “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Estás aquí, Señor.
Quiero invitarlos a todos, queridos hermanos, para que, tomando conciencia de este Año Santo, de la necesidad de ser signo de esperanza para los demás, nos tomemos en serio eso de que los cristianos tenemos que ser luz para otros; sal porque impregnamos de gusto la vida del prójimo; y fermento, porque vamos contagiar positivamente a alguien más con las
virtudes cristianas.
3. «Mujer, ahí tienes a tu hijo»: Las madres, creadoras de esperanza.
Monseñor Juan Manuel Toro, obispo de Girardota, eleva a María como «madre de los nuevos hijos de Dios» y modelo para las mujeres colombianas.
En el Año Santo, monseñor Toro afirma que acoger a María es aprender a decir ‘hágase’ frente a la desesperanza. Subraya su papel en la Anunciación, la Cruz y Pentecostés, y desafía a los fieles: «¿Cómo vivir hoy como hijos de María? Haciendo lo que Él nos diga».
No es raro entonces contemplar que María es la única persona que aparece en los tres momentos claves de la salvación:
1. EN LA ANUNCIACIÓN, donde el hijo de Dios se encarna para nacer como hombre 2. EN LA CRUZ en la que entra el hombre en el misterio Pascual para nacer como hijo de Dios, que es el significado de la liturgia bautismal en la solemne Vigilia Pascual, 3. Y EN PENTECOSTÉS donde la comunidad nace como iglesia por la acción del Espíritu Santo.
María al pie de la cruz, entonces, se convierte en el Icono perfecto para entender el tema central de la reflexión de esta semana: “En Dios ponemos nuestra esperanza”, porque la fe de María acompañando a su Hijo que muere es la cruz, es la fe que necesitamos para vislumbrar la resurrección y como ella, las madres de hoy están llamadas a ser creadoras de
esperanza.
La importancia de la cruz, brilla cuando el Maestro nos decía “Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo tome su cruz y sígame”, pero junto a la cruz estaba María, y al pie de la cruz, Jesús nos la entregó como madre en la persona de Juan… y el discípulo la “acogió en su casa”.
4. «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»: El grito de los sufrientes y de las regiones olvidadas.
Monseñor Orlando Olave, obispo de Ocaña, vincula el clamor de Jesús en la Cruz con el tantas personas que sufren a causa de la violencia, el abandono, el desplazamiento y la corrupción en Norte de Santander, como en otras regiones del país: «Miles en el Catatumbo claman como Jesús: ante el abandono estatal, los cultivos ilícitos y la violencia que no cesa…Es un grito que confía en Dios, no de desespero», afirma, citando el Salmo 22.
Ese grito de dolor de Jesús es también el grito de los hombres y las mujeres en la historia. También hoy.
Una violencia que sigue generando muertes, desplazamientos, como lo hemos vivido en estos tiempos en el Catatumbo y en tantas regiones de nuestro país. También escuchamos el grito de dolor de estos hombres y mujeres, de los niños, de los jóvenes que claman a Dios pidiendo auxilio, que quizá también sienten, como Jesús, que han sido abandonados. Pero en medio de esa realidad también aparecen la corrupción de nuestro país, el abandono de nuestras comunidades, jóvenes sin esperanza, mujeres que han sido abandonadas con sus hijos, jóvenes consumidos por las por los vicios, por las drogas, realidades humanas trágicas.
Ese grito también sigue hoy siendo lanzado a la historia, pero es un grito que se encuentra con ese grito de Jesús, con ese grito que no oculta el dolor. En este relato que nosotros escuchamos, vemos cómo algunos no entendieron; algunos se hicieron los desentendidos o se confundieron.
También ese grito dolor a veces no es escuchado por nosotros, no escuchado por los gobernantes no escuchados por el vecino. Qué bueno nosotros saber escuchar el grito de dolor, saber salir al encuentro de esos hermanos, saber buscar con ellos la transformación de nuestras realidades. El Papa nos insiste en que debemos aprender a llorar con los que lloran.
A propósito del Jubileo, el prelado recuerda que «Dios no abandona: la Iglesia en Ocaña es ‘peregrina de esperanza’, llevando alimentos y acompañamiento espiritual». Al tiempo, llama a ser «peregrinos de la esperanza» que escuchen «el lamento de quienes se sienten abandonados».
5. «Tengo sed»: Los que claman la esperanza y la justicia, desde la “Colombia profunda”.
Monseñor Dimas Acuña, obispo de El Banco, es contundente: «La sed de Cristo es la de los niños wayúu sin agua, los campesinos sin tierra y los jóvenes sin oportunidades».
El prelado explica que la sed de Cristo simboliza «su amor por la salvación de la humanidad». Se refiere a la pobreza y el abandono en su diócesis, y recordó que la Iglesia debe ser «un oasis de esperanza».»Responder a esta sed implica compromiso con los más vulnerables», enfatiza, citando Mt 5,6: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia», particularmente en este Año Jubilar que convoca a vivir con mayor profundidad la misericordia.
«Hoy, en Colombia, esta sed se expresa en quienes claman paz, en los desplazados por la violencia, en los jóvenes que buscan oportunidades y en las comunidades marginadas que esperan justicia y dignidad. En la Diócesis de El Banco, muchas familias enfrentan la pobreza, el abandono estatal y la falta de oportunidades. Como Iglesia, estamos llamados a
ser signo de esperanza en medio de esta realidad. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “el amor de la Iglesia por los pobres pertenece a su constante tradición” (CEC 2444), y en ellos Cristo sigue diciendo: “Tengo sed”.
La sed de Cristo es también la sed de una humanidad que busca sentido, verdad y amor. No podemos ignorar el sufrimiento de tantos hermanos que viven en el abandono y la exclusión.
La Iglesia debe ser una fuente de agua viva en medio del desierto de la indiferencia y la desesperanza. Nos corresponde hacer realidad las palabras de Jesús: “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados” (Mt 5, 6). La justicia de Dios no es un castigo, sino una manifestación de su amor que eleva, dignifica y transforma.
Que esta Quinta Palabra nos impulse a ser verdaderos instrumentos de esperanza y paz, como lo expresó San Francisco de Asís: “Oh, Señor, hazme un instrumento de tu paz”. Que nuestra vida sea testimonio del amor de Dios que sacia toda sed y da sentido a toda existencia. Que podamos ser testigos de la acción de Dios en medio del mundo, llevando consuelo y
esperanza a quienes más lo necesitan, confiando en que, así como Cristo transformó la cruz en redención, también transformará nuestras pruebas en fuentes de vida y gracia. Gloria al Padre, Gloria al Hijo y Gloria al Espíritu Santo. Amén.
6. «Todo está cumplido»: El creyente, portador de esperanza en Colombia.
Monseñor Edgar Mejía, obispo auxiliar de Barranquilla, aclara que esta frase de Jesús en la Cruz no es de derrota, sino del triunfo de la luz sobre la oscuridad. Desafía: «Cristo no murió en vano; nos legó una tarea: ser ‘fermento’ en una sociedad corroída».
Además de referirse a la crudeza y el dolor que producen realidades como el narcotráfico y la corrupción, monseñor Mejía anima a los fieles a ser por sí signos de esperanza con acciones concretas: «¿Podemos decir al final del día: ‘hice el bien’?».
«Todo está consumado”, es la frase que todo creyente debería pronunciar al final del día a modo de examen de conciencia para que leyendo la jornada desde la misión que nos ha dado Dios, que es hacer el bien en todo lo que nos ha confiado, podamos revisar si, como de Jesús, se puede decir de cada uno de nosotros “todo lo ha hecho bien” (Mc 7,37), deberíamos preguntarnos, en ese momento, si con nuestra presencia, con nuestras palabras y acciones le hemos hecho frente a la oscuridad del mal, convirtiéndonos en signos de esperanza para los demás.
Cristo Jesús, nuestra esperanza, nos ayude a seguir perseverando en la fe en este año jubilar, siendo auténticos portadores de esperanza para nuestra sociedad. Él que ha iniciado la obra buena en nosotros, él mismo la lleve a término. Amén.
7. «En tus manos encomiendo mi espíritu»: La esperanza radical en Cristo.
Finalmente, monseñor Edwin Vanegas, obispo auxiliar de Bogotá, afirma que Jesús no clama en derrota, sino que «manifiesta el sentido profundo de la esperanza…Puesta en la mano misericordiosa del Padre», subraya. Este acto de entrega total, explica, es «el último y definitivo sí» de Cristo a la voluntad del Padre, y a la vez «la puerta que abre la resurrección».
En su reflexión, y desde la realidad de los distintos sectores de la capital colombiana, espejo de las múltiples realidades del país, el Obispo evoca dos clamores concretos y urgentes para que Colombia experimente la esperanza: la reconciliación ante la fragmentación que tanto hiere y la solidaridad fraterna con los más necesitados, como profecía en medio un mundo individualista.
La reconciliación que clama nuestra historia y nuestro pueblo colombiano encuentra esperanza en la voz de Cristo, que nos une al Padre y nos renueva como hijos de Dios. En las palabras de abandono de Jesús se proclama el restablecimiento de nuestra dignidad de hijos. Al restablecerse esta dignidad podemos ver que la reconciliación que deseamos brota de nuestra vocación originaria a la vida y a la comunión con Dios.
Aunque nos sigan doliendo la violencia, la muerte, la injusticia y la división en nuestros contextos próximos, no podemos perder la esperanza de que en Cristo hemos vuelto a la vida.
Renovemos en este día nuestra vocación de hombres y mujeres artesanos de la reconciliación. Que las palabras de Jesús en la Cruz nos animen para ser tejedores de relaciones armoniosas, reconciliadas, pacíficas y dignas. Dirijamos diariamente nuestro clamor de reconciliación expresando nuestra adhesión a Dios, seguros de que sólo Él puede darnos la paz y devolvernos la esperanza de un futuro donde florezca la justicia.
“Ser fraternos y solidarios es una señal de esperanza que podemos ofrecer a nuestro mundo, por medio de la acogida del migrante que ha dejado su tierra y busca un mejor futuro; ser fraternos y solidarios es una señal de esperanza cuando asistimos con caridad a quienes sufren hambre, habitan las calles o están en las cárceles; ser fraternos y solidarios es una señal de esperanza cuando podemos ver al otro a la cara libres de los prejuicios y la superioridad; ser fraternos y solidarios es una señal de esperanza cuando acompañamos a nuestros adultos mayores para que no vivan esta etapa de sus existencias en soledad; ser fraternos y solidarios es una señal de esperanza cuando cuidamos de nuestros niños y niñas para que no sufran heridas irreparables y puedan soñar con un mundo nuevo y armonioso”. (Información Conferencia Episcopal de Colombia).