En 1929 por primera vez en nuestro país se movieron las perillas, se encendieron los micrófonos y el anuncio ‘AL AIRE’ permitió que los colombianos escucharan las primeras voces emitidas a través de la radio. A partir de ese momento se abrió un mundo de posibilidades en el ámbito cultural, informativo, educativo, político y de entretenimiento. Todos los sonidos entraron a los hogares para no volver a salir.
Con los años, la radio tomó mayor protagonismo entre los colombianos. Pasó de ser un medio de comunicación para las ciudades capitales a posicionarse como una poderosa herramienta de participación para contar historias con los acentos de las regiones apartadas y olvidadas.
En la década de los 40 Radio Sutatenza fue pionera de esa radio de tinte regional, sus ondas llegaron hasta los rincones más alejados del país y se convirtieron en referente de educación para la ciudadanía con su emblemático bachillerato por radio.
Ese legado formador de las ondas hertzianas dio origen a las radios comunitarias que a finales de la década de los 70 tomaron las banderas de la educación en las zonas apartadas de Colombia dónde no existían escuelas. Se convirtieron entonces en un espacio para las voces populares, las que no tenían mayor cabida en los medios tradicionales, generando espacios autónomos e identitarios llenos de riquezas étnicas y culturales.
El decreto 1981 de 2003 definió el servicio público de radiodifusión sonora comunitario como “un servicio sin ánimo de lucro, participativo y pluralista” orientado a satisfacer las necesidades de comunicación de los ciudadanos y facilitar sus derechos a informarse y participar.
Una de las principales características que otorgó el marco normativo colombiano a las emisoras comunitarias, y es de allí precisamente de dónde sale su nombre, es la participación de diversos sectores de la comunidad en la generación de los contenidos. Dichos contenidos deben promover el desarrollo social, la convivencia pacífica, los valores democráticos, la construcción de ciudadanía y el fortalecimiento de las identidades culturales y sociales.
De allí que sea a través de los micrófonos de nuestras radios comunitarias como se han tejido las realidades y las dinámicas del país, en un ejercicio de multiplicación de la memoria colectiva.
En 2022 Colombia actualizó la regulación de la radio. En su artículo 17 la Resolución 2614 pidió a las comunitarias orientar sus parrillas de programación hacia la generación de “espacios de expresión, información, educación, comunicación, promoción cultural, formación, debate y concertación que conduzcan al encuentro entre las diferentes identidades sociales y expresiones culturales de la comunidad, dentro de un ámbito de integración y solidaridad ciudadana”; con lo cual les asignó un rol relevante en la generación de audiencias críticas, diversas y respetuosas de la diferencia.
Hoy tenemos 770 emisoras comunitarias registradas ubicadas a lo largo y ancho del país. En ellas las grandes protagonistas son las voces de los ciudadanos de a pie y las historias que nos tejen como Nación desde los territorios; brillan allí los testimonios de quiénes por años han esperado la llegada de la justicia económica, ambiental y social; aquellos con los que como Estado tenemos una deuda histórica.
Para la versión número 12 del Día Mundial de la Radio la UNESCO definió como temática la radio y la paz. No es coincidencia que el planeta en pleno rinda homenaje este 13 de febrero a la radio como generadora de paz y reconciliación. En Colombia nuestras emisoras comunitarias han sido testigos por años de la guerra que nos ha quebrado desangrado y hoy son llamadas a liderar la construcción del camino hacia la Paz Total. ¡De eso se trata el cambio.