La palabra ‘corrupción’ resuena una y otra vez en la cabeza de la expolítica colombiana Ingrid Betancourt (Bogotá, 1961) y así lo exterioriza, durante una entrevista con la Agencia Efe, cuando se refiere al actual presidente de Colombia, Iván Duque, como un hombre con “buenas intenciones, pero maniatado por su entorno”.
Lo conoció personalmente y para sorpresa de muchos, incluso de ella misma, se llevó “una buena impresión“. El encuentro, que no gustó a otros tantos, se produjo hace apenas tres meses en la Casa de Nariño, residencia presidencial de Colombia. Ahora, Betancourt sigue manteniendo esa imagen de Duque pero insiste en que “no valen solo las buenas intenciones” y que su círculo cercano “no le deja hacer transformaciones” en el país.
A la excongresista siempre le acompañará la etiqueta de ‘mujer secuestrada por las FARC’, más a ojos de los demás que en los suyos propios. Desde que fuera liberada con la Operación Jaque (2008) se ha fajado por pasar página y, aunque cree que la guerrilla de las FARC ha terminado, la palabra ‘corrupción’ vuelve a martillear su cabeza.
Porque, según Betancourt, en Colombia “la corrupción mata” y el poder político forma parte un engranaje que borra del mapa con su violencia a “personas incómodas”, testigos de los intríngulis del “narcotráfico y todo tipo de tratas”.
Durante la entrevista desgrana con evidente voluntad los entresijos de la política actual colombiana, pese a que se reafirma en que en las elecciones presidenciales de mayo 2022 solo estará “aportando ideas” a la Coalición de la Esperanza, un grupo de “jóvenes políticos de centro que rechazan la polarización“, en palabras de la propia Betancourt.
“He sido traicionada por la política colombiana; es un ruedo de artimañas y mentiras, y una tiene que saber no dejarse contaminar“, declara la mujer que vio truncada sus aspiraciones a presidenta del gobierno en 2002, al ser privada de libertad durante seis años por la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
‘SECUESTRO GLOBAL’ Y ‘SECUESTRO MENTAL’
Sobre la conversación transformada en libro que durante esta semana han presentado el expresidente colombiano Juan Manuel Santos y Betancourt en Madrid, la política bogotana cuenta que le dio “claves de interpretación” de lo que sucede hoy en día en Colombia, ya que la protagonizan “los mismos personajes históricos”.
“No me puedo reconciliar con mi pasado porque siempre duele y no puedo cambiarlo, pero sí reconciliarme con mí misma y las cicatrices que tengo“, relata sobre la utilidad de este diálogo escrito con Santos.
La entrevistada no evita usar el concepto ‘secuestro’, lo que acredita la veracidad de su anterior afirmación. “Durante la pandemia hemos vivido un secuestro global“, explica a la par que hace un símil con las memorias de su encierro en la selva amazónica de Guaviare (sureste del país).
“Con la COVID-19, si los demás no están a salvo, uno tampoco. Eso me lleva a la selva cuando escapaba y me recapturaban. Hasta que me di cuenta que no serviría si mis compañeros no podían huir conmigo”, añade tras, según cuenta, haber reflexionado sobre esto durante el confinamiento.
Cada uno de estos ‘viajes al pasado’ a través de la mente de Betancourt no suponen aparentemente ningún trauma ya para una mujer que, durante su discurso, vuelve cada tanto a la carga y trae la situación política del país andino a la conversación: “La polarización política nos tiene secuestrados mentalmente“.
JUSTICIA Y PAZ
Utilizar como ejemplo el caso de Ingrid Betancourt para la reconciliación del país tras la desmovilización de las FARC en 2016 es una constante entre sus seguidores, muchos de los cuales todavía le piden que reconsidere su candidatura a la presidencia.
“Las víctimas aceptamos que los victimarios tuvieran unas ventajas para proteger a las nuevas generaciones. Es un proceso donde los colombianos empezamos a entendernos como hermanos. Un proceso político pero también espiritual“, expone Betancourt acompañando su razonamiento con un prominente juego de manos.