Por: Jaime Guzmán
En aquel lugar prestigioso está una de las necrópolis más significativas de la capital del Atlántico.
Cuando entras a ella te invade la curiosidad de conocer cada mausoleo y el misterio al mirar la cantidad de callejuelas que invitan a pasear.
A un ritmo pausado y reflexivo nada te detiene y vas abstraído como cuando divisas las estrellas en la noche, es como si los mismos, “cancerberos” dieran vía libre para llegar a recorrer y apreciar los pasillos donde dormitan las personas eternamente y que enigmáticamente no se sabe si han de viajar al “inferno” entendiendo esta palabra como debajo de la tierra, o al firmamento más alto.
La vida es hasta entonces una sola y que más color para el recuerdo que el azul, llevándote a momentos que solo quedarán grabados dentro de ti… Al despertar, observas hojas secas por los costados o tumbas adornadas por flores lozanas y otras marchitas, iguanas, ardillas y una que otra paloma asomada en la punta superior de la cruz de una capilla o en lo más alto de los tejados.
En medio de los largos recorridos encuentras lo que fue la cuarta ciudad en su época dorada, con personajes encerrados en aquellos sofisticados túmulos… otros más discretos pero con frases muy intelectuales de la época.
Sin duda es un lugar que no siendo turístico es histórico y te invita a reconquistar lo que fue la ciudad. Si, Allí está todo pulcro, pasivo y hasta bello… pero el nativo de esta ciudad lo ignora.