Con la elección de la fórmula Biden-Harris en los Estados Unidos, termina una encarnizada disputa por la presidencia, pero se mantiene un importante nivel de polarización y crecientes indicadores en episodios de racismo, xenofobia, daño institucional y divisiones, promovidas en gran medida por la incendiaria retórica del presidente Donald Trump, quien durante casi cuatro años, a través de sus mediáticos pronunciamientos y explosivos trinos en Twitter, le comunicó al país sus decisiones poco conciliadoras y encaminadas a favorecer a su fieles seguidores, pero nunca a unir a una gran Nación cuya población inmigrante, constante blanco de sus ataques, equivale a una quinta parte de todos sus habitantes. Trump nunca entendió que es el presidente de quienes votaron por él, pero también de los que no lo hicieron.
Trump llegó a la presidencia con un mandato claro de la gente que creyó en su frase de campaña “Make America Great Again” -MAGA-, lo que en traducido al castellano sería algo así como “hacer América grande otra vez”, lo cual encerraba una cruzada por emprender la consolidación económica del país, mejorado indicadores como PIB, Dow Jones y crecimientos bursátiles, al tiempo que se fortalecía su moneda y se adelantaba una revisión a los tratados comerciales y aranceles, especialmente con su mega super rival económico, China.
Trump creó alrededor de 5 millones de nuevos puestos de trabajo, en medio de su mandato el PIB creció un 4 por ciento interanual, el desempleo bajó varios puntos y el salario por hora subió casi un 3 %, cifras que le devolvieron la esperanza a muchos ciudadanos de la unión americana, quienes muchas veces anteponían la salud económica del país sobre las controversias semanales y los escándalos producidos en decenas por el polémico e impertinente mandatario. Era usual escuchar a la gente decir que no le importaba mucho las peleas generadas por el huésped de la Casa Blanca, mientras la economía registrara signos positivos.
Pero, no todo es la plata y en esta elección quedó demostrado que Trump, quien no es político, ni mucho menos diplomático o estadista, acumuló a lo largo de su mandato, una interminable lista de enfrentamientos que terminaron por hundir su posibilidad de reelección. Al comenzar 2020 ni los mas pesimistas analistas políticos de los EE.UU. Contemplaban una derrota de Trump, sobretodo porque a pesar de los escándalos la economía marchaba bien y no se avizoraba en el Partido Demócrata un rival con la suficiente popularidad para arrebatarle la elección al presidente. Pero todo cambió.
Los vaticinios comenzaron a erosionarse con la aparición de los primeros casos del nuevo Coronavirus en los Estados Unidos y el ligero manejo que Trump le dio a la pandemia. Por ejemplo, en febrero, cuando el país ya tenía 12 casos confirmados, dijo: “parece que para abril, en teoría, cuando suba un poco la temperatura… y milagrosamente desaparece. Eso es cierto. Estamos haciendo grandes cosas en nuestro país” dijo en un mitin político. Días después, el 24 de febrero, tuiteó que el coronavirus «está muy bajo control en Estados Unidos».Ese mes también se refirió al virus como «una gripe» y dijo que «esencialmente tenemos una vacuna contra la gripe de una manera rápida». Siempre lo desestimó, incluso, se negó a llevar la mascarilla en público y fueron muy reconocidos sus agrios desencuentros con el experto de enfermedades infecciosas de su propio gobierno, Anthony Fauci, a quien amenazó con despedir y hasta trató de “idiota”, por las recomendaciones que le entregaba para enfrentar a la pandemia. Hoy Estados Unidos es el país que ocupa el primer lugar en el planeta de contagios y muertes por la pandemia y las proyecciones no hacen pensar que esos indicadores cambiarán.
Pero, no solamente a Trump lo avasalló el COVID-19 y su letal paso, sino también su radicalismo ante temas como el cambio climático, su permanente narrativa guerrerista e intransigente, su silencio y poca acción ante el crecimiento de episodios de racismo y xenofobia, promovidos por grupos supremacistas blancos identificados políticamente con el actual presidente, a quién Trump nunca repudió. Todo esto sin incluir los cada vez mas frecuentes casos de abusos policiales contra cierto sector de la población, tal como sucedió con el ciudadano afroamericano George Floyd.
Posiciones misoginas, racistas, xenofobas, altisonantes y poco diplomáticas fueron una verdadera constante en el gobierno de Trump, al punto, que promovió el tristemente célebre muro para impedir el ingreso de inmigrantes ilegales. Trump además, siempre tomó distancia de los países latinoamericanos, recordemos que durante su mandato solo visitó a Argentina y no exactamente para asuntos bilaterales, sino por ser sede de la Cumbre del G 20.
Durante la campaña y especialmente en los debates transmitidos de costa a costa, Trump no solamente descalificó a Biden, sino que se burló de él, asociándolo con el socialismo y asegurando que con su elección llegaría el comunismo a los EE.UU.; era tal el nivel de radicalización en la retórica del presidente-candidato, que durante la campaña electoral cada día crecían los episodios de violentos enfrentamientos entre los partidarios de Trump y los seguidores de Biden, niveles de violencia inéditos en estos escenarios democráticos.
A corte de hoy, el actual presidente no reconoce todavía la victoria de Joe Biden y persiste en señalar un supuesto fraude electoral, del cual no ha presentado la primera prueba contundente, que además de dejarlo como un mal perdedor, le produce un irreparable daño a las instituciones democráticas de un país en el que urge la reconstrucción de su afectada institucionalidad y sobretodo, buscar la unión entre sus ciudadanos sin distingo de partidos, razas, religión u orientación sexual.
Será un gran reto para la fórmula Biden-Harris, iniciar el proceso de cambio en la políticas de gobierno, pero sobretodo, en devolverle la esperanza y unión a un pueblo que se sintió duramente golpeado y dividido. Buen comienzo es eso sí, que el presidente y vicepresidenta electos, durante sus primeras intervenciones, han enviado mensajes conciliadores, pacíficos, sin un ápice de revanchismo y sobretodo con la coherencia y claridad que ameritan un momento histórico como el que vivimos. Se impuso la sensatez.
Los leo en [email protected] y en Twitter, @jpserna