Por: José Caballero
Colombia sigue sumida en una realidad desgarradora: la persistencia de los secuestros. Es imperativo elevar la voz con firmeza y determinación, exigiendo la liberación inmediata de todos aquellos que han sido privados de su libertad. Según la Defensoría del Pueblo, entre enero de 2022 y septiembre de 2023, se perpetraron 160 secuestros en el país, con 121 liberaciones, lo que implica que bajo el control de los grupos armados aún quedan, al menos, 39 personas privadas de su libertad.
El pueblo colombiano merece vivir en paz, disfrutar de la libertad sin el temor constante a perderla. Cada secuestro es un recordatorio doloroso de la fragilidad de nuestra sociedad, una afrenta a la dignidad humana que no puede ser tolerada ni justificada bajo ninguna circunstancia.
En medio de la reciente celebración por la liberación de “Mane” Díaz, padre de Luis Díaz, no podemos olvidar a aquellos cuyos nombres no resuenan en los titulares, pero cuyo sufrimiento es igualmente complejo. Cada persona secuestrada es un ser humano con sueños, esperanzas y seres queridos que anhelan abrazarlos nuevamente.
No obstante, Colombia no puede retroceder a tiempos oscuros en los que las familias de los secuestrados, a través del programa “Las Voces del Secuestro” de Caracol Radio, liderado por el periodista Herbin Hoyos (QEPD), enviaban mensajes de aliento a sus seres queridos en medio de la incertidumbre y el dolor. Es esencial aprender de esa dolorosa época y comprometernos a construir un futuro donde la libertad y la seguridad sean la norma. Es hora de que el país se una nuevamente, no solo para recordar la fuerza de la unidad en la lucha por la paz, sino también para exigir acciones concretas. Las autoridades, la sociedad civil y la comunidad internacional deben unirse en un esfuerzo conjunto para erradicar este flagelo.
En este contexto crucial, debemos respaldar los diálogos del gobierno con los grupos armados, reconociendo la importancia de estos como una vía para la resolución pacífica de conflictos. Sin embargo, es imperativo que los negociadores del gobierno establezcan líneas rojas inquebrantables. La sociedad colombiana no puede ni debe comprometerse con negociaciones que toleren prácticas inhumanas como el secuestro, la instalación de campos minados que amenazan la vida de civiles inocentes, ni la creación de zonas de despeje que permitan la impunidad de actos criminales. La paz, para ser auténtica y duradera, debe cimentarse en el respeto irrestricto a los derechos humanos y la seguridad de la población. En este proceso de diálogo, la sociedad debe ser firme en su exigencia de que se respeten estas líneas rojas, garantizando así que cualquier acuerdo contribuya genuinamente a la construcción de un país donde la paz y la justicia prevalezcan.
Para concluir, anhelamos que todas las familias puedan volverse abrazar con sus seres queridos antes de la Navidad, y que el niño Jesús traiga consigo el regalo más preciado: la reunificación familiar. Que la luz de la libertad ilumine el camino hacia el reencuentro y la esperanza renazca en cada hogar colombiano.