Por: José Caballero
En una conversación reciente con un familiar residente del municipio de Soledad (Atlántico), me relató la difícil situación que enfrentan muchos de sus vecinos, en su mayoría de origen venezolano, quienes han tomado la decisión de abandonar sus hogares, vender sus pertenencias y emprender un arriesgado viaje en busca de un futuro mejor en Estados Unidos, atravesando la inhóspita selva del Darién. Este rincón de nuestra geografía, que abarca la frontera entre Colombia y Panamá, se ha convertido en el escenario de una tragedia humanitaria que merece nuestra atención.
Cada año, miles de migrantes de diversas partes del mundo, con un énfasis especial en países como Venezuela, Colombia y Haití, se aventuran a cruzar el Darién en busca del sueño americano. Según el Servicio de Migración de Panamá en 2021, se reportaron 133,726 personas migrantes de manera irregular, mientras que en 2022, esta cifra aumentó casi el doble, alcanzando las 248,824. Sin embargo, esta selva, con su geografía montañosa y densa vegetación, está lejos de ser apta para la migración humana. Las condiciones extremas, la falta de caminos y la presencia de grupos armados ilegales convierten esta travesía en una auténtica odisea mortal. Los migrantes se enfrentan a peligros como la desnutrición, enfermedades, secuestros y violencia sexual. Las historias de horror que emergen de este lugar son desgarradoras, y es con profundo pesar que debo reconocer que, mientras escribo estas líneas, decenas de niños, incluso sin la compañía de sus padres, están atravesando esta selva en busca de un futuro mejor.
A pesar de la presencia de organizaciones como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Médicos Sin Fronteras y la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en la zona, la respuesta de la comunidad internacional hasta ahora ha sido insuficiente y descoordinada. Los esfuerzos necesitan mayores recursos para hacer frente a esta tragedia en el Darién, que es solo una manifestación de un problema más amplio: la crisis de migrantes y refugiados en América Latina. Los países centroamericanos permiten en gran medida el tránsito de miles de personas en su camino hacia el “gigante del Norte”, Estados Unidos, a pesar del muro en la frontera con México y las políticas restrictivas contra los indocumentados sigue recibiendo miles de personas año tras año.
Para abordar esta problemática del Darién, en primer lugar, es crucial fomentar una mayor cooperación entre los países de origen, tránsito y destino de los migrantes. La migración es un fenómeno regional que no puede ser resuelto únicamente por un país. Se deben establecer acuerdos multilaterales que busquen garantizar la seguridad y los derechos humanos de los migrantes en todas las etapas de su viaje, proporcionar alimentos, atención médica y refugio. Cada vida humana es valiosa y debe ser protegida.
En segundo lugar, es fundamental abordar las causas de la migración. ¿Qué motiva a una familia que huyó de la pobreza o la violencia política en Venezuela a Colombia y se asentó en Soledad a tomar la difícil decisión de dejar atrás lo construido y vender sus pertenencias para aventurarse en el Darién, exponiéndose a los peligros previamente mencionados? Estas causas subyacentes deben ser abordadas de manera exhaustiva.
El drama de los migrantes en el Darién es un recordatorio doloroso de la necesidad de abordar la migración de manera integral y humanitaria. En Estados Unidos, no se puede pretender que no lleguen migrantes irregulares desde América del Sur, a menos que resolvamos los problemas estructurales que enfrentamos, como la violencia política, el desplazamiento forzado y la pobreza extrema.